El Dibujante de Cómics

 

La televisión estaba dando las noticias matinales.

 

-Esta noche un hombre enmascarado ha evitado el robo de una valiosa colección pictórica. Esta colección forma parte de los fondos del museo Jacobetti y no se tenía noticia de ella. Había sido donada al museo por la viuda del conocido coleccionista Ruysdael y se creía perdida. El enmascarado, tras detener a los malhechores, al parecer relacionados con los nietos del matrimonio Ruysdael, avisó a la policía y se esfumó. Se sabe la existencia de este hombre por las declaraciones de los frustrados ladrones.

 

Ulises siempre se tomaba un café con leche y una ensaimada en el bar de Israel. Israel siempre ponía la televisión desde primera hora de la mañana arguyendo que ello ayudaba a superar la soledad de los clientes. El bar era un antro cutre a dónde acudía toda la gente que pasaba por la ciudad. Ulises se encontraba cómodo en ese ambiente de paso, tal vez porque su vida había transcurrido como la de un nómada, siempre en danza, teniendo que adaptarse a nuevos lugares y situaciones. El único lugar que le era familiar desde hacía años estaba allí, en dónde él se tomaba cada mañana su café con leche y su ensaimada.

 

Se sentía identificado con la gente que había por allí y con su dueño, una especie de judío errante del que no se sabía cual sería su último destino, Ulises no estaba seguro de que fuese aquel bareto. Ulises se tomó su café con leche y su ensaimada sin que le molestara nadie, como a él siempre le había gustado. Salió sin pagar, como cada día, pues no tenía un duro.

 

Fuera, una racha de viento invernal le hizo arrebujarse en el abrigo. Caminó por las calles que empezaban a animarse perezosamente. Su caminar era lento pues le gustaba saborear el despertar de la ciudad. El cielo tenía un color plomizo pero pensó que aguantaría.

 

El lugar al que se dirigía distaba bastante del bareto pero no tenía ninguna prisa. No recordaba haber tenido nunca prisa. Después de todo la gente es muy vaga y gustan de levantarse con la hora pegada al culo, por ello él se podía permitir el lujo de ir a los sitios caminando, fuera de todo el torbellino de apretones, prisas y mala leche en que se sumergen la mayoría de los ciudadanos.

 

Caminaba con una mano en el bolsillo mientras que con la otra aguantaba su carpeta de dibujo. Generalmente, por un gesto mecánico que le había quedado desde su niñez, también se llevaba esa mano al bolsillo, sacándola solo cuando peligraba la estabilidad de la carpeta. Llevaba tres días sin afeitar, algo normal en él cuando trabajaba, y se había llevado tres días trabajando a tope. Ahora iba a presentar los resultados de estos tres días. Antes, hacía tiempo, se afeitaba para asistir a estas engorrosas entrevistas. Ahora pasaba de estos prolegómenos. Tanto se le daba su aspecto personal, él apostaba por la comodidad.

 

Llegó ante un portal lleno de flamantes de placas de latón. No se paró a desvelar su contenido, se las sabía de memoria: "Academia de Peluquería Rosi, bajo 1ª; Doctor Amuleto, bajo 2ª; Asesoría Fiscal, 1º 2ª; Agente Aduanero, 3º 2ª; Editorial Roterkham, 4º 1ª." No tenía tiempo teórico para entretenerse, como tantas otras veces se había entretenido. Subió por las escaleras, no deseaba utilizar el ascensor, puesto que una cosa es el tiempo teórico y otra el real. Llamó a la puerta y le abrió una señora que aún se estaba quitando el abrigo.

 

-¿Si?

 

-Estaba citado con el señor Galianda, ahora a las 10.

 

-Tendrá que esperar un poquito, el señor Galianda aún no ha venido.

 

-Esperaré.

 

Pasó dentro, a una sala a la que le condujeron por cortesía, como todo el episodio inicial, pues ya se lo conocía todo de memoria. Miró las revistas que había sobre la mesita del centro de la habitación; del revistero, caduco y ajado, se habían deshecho. Había para complacer los gustos más anodinos, ninguno. Eran revistas de pura cortesía, que no daban ninguna información sobre la gente que desarrollaba su labor profesional en aquel piso. A la media hora de aburrirse ojeando una revista cualquiera oyó el ruido de la puerta que daba a la escalera. Como el ruido había sido precedido del de una llave en la cerradura dedujo que se trataba de Galianda.

 

Al rato, la secretaria, o lo que fuese, Ulises no lo tenía muy claro, y tampoco es que le importase demasiado, le hizo pasar.

 

-Hombre, Ulises, tú por aquí. A ver qué me traes. -Ulises odiaba todos estos formulismos vacuos.- Toma asiento, hombre, toma asiento; esto ya no se te ha de decir, eres de la casa.- Ulises tomó asiento mientras Galianda examinaba su trabajo.-Fantástico, estupendo, genial como siempre. Pero le falta garra, chico. ¿A quién le pueden interesar estas historias? Vamos, que no, que no pueden interesar a nadie. Tú y esa manía de dibujar buenos y buenos y más buenos. ¿A quién le puede interesar una historia sin malos, dímelo, a quién? Tú crees que se puede dibujar una historia de un policía que no tiene a nadie a quien detener, al que no le pasa nada, que como mucho amonesta a un chico por que roba una manzana. ¿Y qué me dices de Súper Libro? Es un súper héroe fantástico, original, increíble. Creo que hará que millones de niños se lancen a leer para poder ser como Súper Libro. Pero ¿qué niño se va a leer las aventuras de este súper héroe tan fantástico si su mayor aventura consiste en leerse un millón de ejemplares en tres segundos? ¿Quien le impide leérselo? ¿Quién le impide llevar a un niño al colegio? ¿Por qué no intenta detener a un pirómano de bibliotecas? Ulises, Ulises, dibújame malos.

 

-Lo siento, pero no puedo.

 

-Qué obstinación la tuya. En fin, me quedo con las historias, como siempre, pero sabes que a mitad del precio convenido. Tengo que introducir los malos y eso se me lleva un piquito. Házmelos tú. Las ventas se resienten debido a la diferencia existente entre la calidad de un dibujo y la de otro. Y en las escenas de pelea... Ulises.

 

-Lo siento, no puedo, de verdad. No es nada personal, sencillamente no puedo.

 

­ ¡Joder con los artistas! La secretaria le dará su cheque. ¡Ah, por cierto! Hace tiempo que no me dibuja ninguna historia sobre el bar de Israel.

 

-Como me dijo que no le gustaba que nunca pasase nada.

 

-Bueno, me resigno a que lo conviertas en una tira cómica, sin malos ni buenos. Risa, Ulises, risa.

 

-Lo siento, me gusta como es. No sabría si podría adaptarme a esa novedad. Mejor le dibujo una tira sobre un bar en que pasen cosas cómicas.

 

-Bueno, bueno, haga lo que quiera, pero hágalo.

 

-Sí.

 

Ulises recibió su cheque, corto cheque por su trabajo y se fue a pasear por el parque para pensar en su nueva tira cómica. No sería un bar como el de Ulises. Sería un bar ambulante, de esos que se ven en los parques de las ciudades o junto a algunos monumentos importantes. En él pasarían cosas divertidas. Pasaba cerca del estanque cuando vio un grupo de gente que se agolpaba horrorizada en su orilla. Se acercó y vio a una chiquilla marroquí que se estaba ahogando. Nadie se decidía a tirarse. Había gente que comentaba que no valía la pena tirarse, que después de todo sólo era una inmigrante ilegal. Ulises se iba a despojar de sus ropas cuando del cielo cayó un cuerpo al agua. El hombre, un enmascarado, al que pertenecía el cuerpo, cogió a la niña, le dio unas lecciones de natación y la ayudó a salir del estanque. La entregó a la policía, tras regalarle un libro, para que la condujese a sus padres y se dirigió a la multitud en estos términos:

 

-Todos somos seres humanos y tenemos derecho a la vida, y mucho más los niños, que son inocentes. Señores, aquí les dejo unos cuantos ejemplares de la declaración de los derechos humanos y de los derechos de la infancia.-Y de un rayo salido de sus manos aparecieron cerca de doscientos ejemplares.

 

­¡Guay del paraguay! ¿Quién es este tío?-Preguntó un chiquillo que se hallaba cerca de Ulises.

 

-Súper Libro, hijo, Súper Libro.-Le respondió Ulises.

 

Hecho esto se elevó por los cielos saludando a la multitud y diciendo:

 

-Leed.

 

Y se fue. La gente vio cómo se alejaba a una velocidad impresionante.

 

-Gracias,-dijo la niña marroquí, a la que había enseñado el idioma mientras la ayudaba a llegar a la orilla.

 

Cuando Ulises se alejó la gente ya comentaba el nombre del nuevo Súper héroe. A Ulises no le interesaban los comentarios. Luego, cuando llegó a su casa, no tuvo más remedio que atender el teléfono, que no había parado de sonar y tenía soliviantados a los vecinos.

 

-Ulises, venga para aquí de inmediato, hemos de relanzar la producción de ese Súper Libro, o como se llame. No pierda ni un minuto.

 

-Lo siento pero tengo cosas que hacer, hasta mañana no puedo pasarme por allí.

 

-Ulises no me puedes hacer esto.

 

-Créame que lo siento, mañana a las diez me pasaré por su despacho.-Y colgó.

 

Ulises no tenía ninguna prisa en verse con el señor Galianda, el cual le parecía un pesado. Aquella noche la tenía consagrada a la nueva tira cómica que le había encargado horas antes. Ya tenía cosas que bullían en su cabeza y no podían esperar más para salir a la luz.

 

Fue a su estudio y tomó posesión de sus útiles de trabajo. Como quien no quiere la cosa empezó a trazar líneas y más líneas sobre las cuartillas. De sus lápices salieron Macanudo Merienda y Palomita Papafrita, dos divertidos kioskeros que filosofaban con sus clientes, una legión de tipos y tipas que encontrándose siempre en el mismo sitio están eternamente de paso. Por el kiosko-bar se daban cita Picorcito de Ajo, Garbancito Feroz, Ruibarba Trespelos, Pequita Linda, Sor Lolaila de la Cruz, Pituca Peluca y tantos otros.

 

A eso de las doce de la noche paró para llevarse un bocado a la boca. Desde que había tomado su ensaimada y su cafetito con leche en el bar de Israel no había probado bocado. Fue hasta la nevera y estaba vacía, como de costumbre. Por tanto echó mano de su abrigo y se hizo un aliado de la noche. No sabía bien a qué sitio iría a parar ya que barruntaba que es lo que deseaba llevarse a la boca.

 

Pasó por el parque y comprobó que en su interior se celebraba un concierto. Como a esas horas ya no había ningún portero pasó y distinguió las notas de "Carracuca", una canción de Tres por Dos. Antes de llegar a dónde se concentraba la gran masa vio, apartado en un rinconcillo del parque, el chiringuito de Palomita Papafrita y Macanudo Merienda que aún estaba abierto. Entonces se le apeteció un frankfurt con abundante acompañamiento de filosofía y una cerveza bien fría.

 

-Ya te decía que no era ningún error dejar abierto esta noche, mira, tenemos un cliente.

 

-Este pollo no tiene dinero,-replicó Papafrita-basta con mirarlo.

 

-¿Tiene dinero?

 

-No.

 

-¿Y quiere algo?

 

-Un frankfurt, con abundante filosofía y una cerveza bien fría.

 

-Bueno, con dinero o sin dinero, un cliente es un cliente.-Sentenció Merienda.

 

-¿Y cómo es que se le ocurrió escaparse del ruido?

 

-No me escapaba; iba hacia él y vi que teníais abierto, y como hambre...

 

-¿Ves como no vendrá nadie del concierto? Tu y tus ideas de permanecer hasta altas horas de la madrugada. Este está aquí porque anda perdido y sin un duro.

 

-No exactamente. Ando sin un duro, pero no perdido. Estoy aquí porque es el sitio en que me apetece estar.

 

-¿No le gusta el ruido?

 

-Sí, pero de lejos. De lejos es muy bonito, como casi todo.

 

-¿Y cómo se le ha ocurrido salir de casa sin un duro?

 

-No tengo necesidad de ello. Creo que nunca he pagado por nada. Pero si os hace falta dinero tengo, mañana mismo voy a cobrar una buena cantidad.

 

-¿Dinero? ¿A quién le hace falta?-Dijo Papafrita extrañada.- ¿Te hace falta dinero, Maca?

 

-No. La verdad es que no sé lo que haría si tuviese dinero. ¿Y aceptará ese dinero?

 

-Sí, claro. Lo he ganado y me lo merezco. Además es dinero que me ofrece una de esas personas que todo lo hacen con dinero.

 

-Pues desposéelo de todo lo que puedas, es lícito.

 

-Antes él lo habrá hecho con otros.-Sentenció Papafrita.

 

-¿Y qué harás con él?

 

-No lo sé. Tal vez lo emplearé en pagarle los estudios a una niña marroquí que conocí ayer.

 

-Muy buena idea. Si necesitas dinero para ello pásate por aquí, siempre tendrás una cena gratis.

 

-Gracias.

 

-¿Ves como ya tenemos un cliente?

 

-Y si no es mucho preguntar, ¿cómo es que le dan ese dinero?

 

-Es que yo escribo las aventuras de Súper Libro.

 

-¿Ese que en dos semanas ha construido y equipado cuatro bibliotecas públicas?-Preguntó Merienda.

 

-El mismo.

 

-Eso si que es un tío. ¿Y cómo conseguiste sus aventuras?-Preguntó Papafrita.

 

-Igual que las vuestras. Muy rico, muy rico.

 

 

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